martes, 31 de octubre de 2017

Un simple recuerdo

No olvidamos a las personas que pasan por nuestras vidas. Simplemente, dejamos de recordarlas.

Me encantaría ser el autor de esa frase, pero en realidad no me pertenece. Eso sí, puedo reconocer que, con el tiempo, he llegado a asumirla y hacerla propia.

“En la vida no queremos sufrir”, dice la canción (¿ya adivinaron cuál?). Se supone que la felicidad está a la vuelta de la esquina, al alcance de nuestra mano (o de nuestro bolsillo), accesible para cualquier mortal. Esto hace que, si no la alcanzamos, o si acaso se nos ocurre perderla, nos convirtamos en verdaderos fracasos vivientes, almas en pena que vagan por las calles sabiendo que no son iguales al resto. La vida que nos venden debe estar siempre llena de felicidad, la amargura y el sufrimiento no son opciones válidas.

La felicidad no es difícil de conseguir, eso es cierto. Sin embargo, tampoco es algo automático, y su presencia no puede darse por sentada en nuestras vidas. A veces, creemos que viene de la mano de personas que entran en nuestras vidas y que nos hacen sentir alegres, queridos o especiales. Pero, ¿qué pasa cuando abandonan nuestras vidas? ¿Acaso podemos estar plenamente seguros de ser felices si todo el sentido de nuestra feliz existencia comienza a girar alrededor de otra persona?

Es allí cuando entra el olvido. O, al menos, eso queremos creer. Insistimos tanto la idea de recuperar la felicidad perdida a costa de olvidar a otros que terminamos olvidándonos a nosotros mismos. Y ahí está, según mi criterio, la clave de todas estas nebulosas palabras: Hay que aprender a vivir con el recuerdo. La fijación en el olvido y la consecuente desesperación por no conseguirlo de manera inmediata pueden terminar afectando nuestras vidas. Nos guste o no, cada persona que dejamos entrar a nuestra vida imprime su huella, la cual en algunos casos puede ser casi imposible de borrar. Por ello, hay que intentar tomar su recuerdo y dejarlo a un lado, sin negar su existencia. Con el tiempo, ese recuerdo se hará cada vez más pequeño, dejando espacio para otros recuerdos más agradables. Por supuesto, sería lindo “resetear” el pasado y vivir un presente limpio de polvo y paja, pero como eso no es posible, sólo nos queda asumir y avanzar.

La felicidad no es algo que se pueda comprar o vender. Tampoco hay atajos para conseguirla. Quiero creer que basta con estar convencido de quiénes somos y de lo que anhelamos lograr. Si hay personas dispuestas a ayudarnos, ¡bienvenidas sean! Pero mientras no sanemos internamente, sería injusto pensar que depende de los demás traer a nuestra vida aquello que nosotros mismos nos negamos a alcanzar. Aprender y corregir, soltar el recuerdo antes que olvidar de plano, vivir la vida en vez de sufrirla.

Espero que a estas ideas no se las lleve el viento, y que tanto yo como quienes se sintieran identificados podamos aplicarlas en nuestras vidas. Quizás algún día pueda acostumbrarme al recuerdo. Quizás algún día mire atrás y sonría. Quizás la mierda haya comenzado a desaparecer, y aún no lo sepa. 

2 comentarios:

  1. Qué elocuentes palabras. Me siento identificada, yo creo que la vida por sí misma y con el paso del tiempo te enseña a soltar y a desprenderte, es todo un proceso sin duda, un proceso difícil, pero nunca es tarde para aprender que el bienestar propio no se encuentra en otra persona sino en uno mismo.
    Grande Dani! Se que algún día todo será un bonito recuerdo, siempre es mejor quedarse con los buenos recuerdos, sino no tiene sentido recordar.

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