La
vida es, entre otras muchas cosas, una constante búsqueda de la felicidad.
Desde que tenemos conciencia (e incluso desde mucho antes) solemos pasar
nuestros días tratando de hacer lo que nos gusta, explorando sensaciones,
recogiendo experiencias y, eventualmente, encontrando aquellas pasiones que nos
acompañarán durante gran parte de nuestra existencia. Sin embargo, después de
equivocar el rumbo y tropezar en un sinfín de oportunidades, puede darse el
caso que efectivamente la encontremos, y no sepamos cómo reaccionar ante ello.
En todo esto me puse a pensar aquel domingo por la tarde, mientras caminaba por
la orilla de la Avenida Collao, luego de haber sido testigo de la hazaña del
equipo de Esteban González. Ese día, Deportes Concepción había vencido a Ferroviarios,
logrando el anhelado ascenso a Tercera División “A”. Simplemente, no sabía qué
sentir.
Caminando
rumbo al centro, recordé esa tarde de sábado
en la que Deportes Concepción goleaba a La Serena por 4 a 0. Corría el
mes de abril de 2016 y parecía que la Primera División dejaba la puerta
entreabierta para nosotros (coincidirán conmigo en que el juego mostrado en
cancha durante ese campeonato nos daba bastantes argumentos como para abrirla
de par en par). Quizás crean que rememoraré todo el proceso de desafiliación,
pero me gustaría aclarar que traigo esto a colación por un motivo distinto.
Quise recordar ese momento porque ese fin de semana fue el último en mucho
tiempo en que me sentí verdaderamente feliz, tanto en Collao como en mi vida en
general. A partir de allí, tanto ustedes como yo navegamos por aguas
turbulentas y cielos oscuros, recorrimos parajes desconocidos, incluso pudimos
haber sufrido alguna crisis de fe en aquel tumultuoso camino... En fin, vivimos
todas las frases literarias clichés
en materia de desastres.
Claramente, en
aquellos días no podíamos estar del todo felices si veíamos cómo arrastraban
por el barro nuestro nombre, haciéndonos pagar los pecados de todo el fútbol
chileno. Era imposible estar contentos si sólo pudimos presenciar unos pocos
partidos de carácter amistoso en más de 500 días. “Siempre al Conce le cuesta todo el doble”, nos decíamos a nosotros
mismos, quizás tratando de consolar esa parte de nosotros que aún no podía
creer cómo en un par de años se fue todo a la mierda. “Ya vendrá la revancha”, pensábamos, mientras organizábamos el
torneo Hexagonal del Biobío, donde empezamos a aprender los apellidos de
jugadores que hoy ya son parte de nuestra historia. Los meses pasaron, y la
alegría aún estaba lejana, aunque parecía acercarse cuando la ANFA confirmaba a
principios de 2018 que Deportes Concepción participaría en el campeonato de
Tercera División “B”, lo cual resultó ser un premio de consuelo menor para
algunos escépticos e inconformistas con más ganas de ver una visita en Collao
de Paredes o Pinilla que de perseguir una nueva manera de hacer las cosas,
partiendo desde cero. “Ni ahí con ver
fútbol amateur” escribía en redes sociales un pseudo-hincha lila, seguramente
tecleando desde el Olimpo de los fanáticos de la Champions League y los derbys
españoles. “¿Por qué no siguieron
haciendo gestiones con Salah y la ANFP? Podríamos haber jugado en Segunda”,
reclamaban aquellos que no tenían conflicto alguno con arrodillarse ante
quienes nos llamaron “inviables” e implorar perdón por faltas que no cometimos.
En este escenario, la camiseta lila volvía a competir, para alegría de miles de
hinchas que, ignorando al escepticismo, apoyaron desde el primer momento al
club, tal y como lo habían hecho por más de 50 años.
Las voces
negativas se perdieron en el horizonte una vez que el equipo de Giolito, Ignacio
Hermosilla, Benavente y compañía comenzó a cosechar triunfos y a encantar a sus
hinchas, que acompañaron en masa a los cachorros
tanto en Collao como en todo el centro-sur de Chile. No obstante, así como
sucede en un día normal en #Tropiconce,
las nubes negras que se creían desaparecidas volvieron a oscurecer el panorama,
una vez que los resultados no se nos daban. La inexperiencia de Esteban “Chino”
González en la banca y la poca fortuna ante el arco rival de los delanteros
lilas, entre otras cosas, detonaron en ácidas críticas, las cuales llegaron al
punto de cuestionar las reales intenciones del directorio del Club Social para
con el club. En este enrarecido clima, Deportes Concepción clasificaba a cuartos
de final, donde se encontraría con el temido club Rodelindo Román, propiedad
del futbolista nacional Arturo Vidal. El decisivo triunfo en Collao y la
posterior clasificación en La Florida trajeron confianza al plantel, y de paso
nos demostró a todos que este plantel era capaz de levantarse, luchar y ganar,
aún cuando todo estuviese en su contra. Sin duda, se habían convertido en
dignos representantes del pendón del Deportes Concepción.
Los periodistas
y comentaristas analizaron futbolísticamente la llave de semifinales ante
Ferroviarios. El directorio del Club Social y de Deportes Concepción seguramente
ya realizó la evaluación financiera y deportiva del año 2018. Pendiente queda
el trabajo personal, basado en el hecho de cuestionarnos qué significa
realmente ser hincha del “Conce”, y si en realidad somos merecedores de tamaño
honor. Por mi parte, la única certeza que tengo en estos momentos es que los
derroteros de la vida me trajeron hasta este hermoso momento de la historia
lila, y si bien no sabía qué sentir durante aquella gloriosa tarde de domingo,
hoy lo tengo claro. Cuando eres consecuente y leal a tus convicciones, cuando
tu apoyo es desinteresado, cuando eres parte del inicio de una historia que
promete ser maravillosa, cuando prefieres recorrer el camino largo sólo porque
confías en que el futuro será mejor, cuando ves la felicidad más pura y genuina
en las caras de veinte mil personas, la palabra clave es una sola:
Orgullo.