No olvidamos a las personas que pasan por nuestras vidas. Simplemente, dejamos de recordarlas.
Me encantaría ser
el autor de esa frase, pero en realidad no me pertenece. Eso sí, puedo
reconocer que, con el tiempo, he llegado a asumirla y hacerla propia.
“En la vida no
queremos sufrir”, dice la canción (¿ya adivinaron cuál?). Se supone que la
felicidad está a la vuelta de la esquina, al alcance de nuestra mano (o de
nuestro bolsillo), accesible para cualquier mortal. Esto hace que, si no la
alcanzamos, o si acaso se nos ocurre perderla, nos convirtamos en verdaderos
fracasos vivientes, almas en pena que vagan por las calles sabiendo que no son iguales
al resto. La vida que nos venden debe estar siempre llena de felicidad, la
amargura y el sufrimiento no son opciones válidas.
La felicidad
no es difícil de conseguir, eso es cierto. Sin embargo, tampoco es algo
automático, y su presencia no puede darse por sentada en nuestras vidas. A
veces, creemos que viene de la mano de personas que entran en nuestras vidas y
que nos hacen sentir alegres, queridos o especiales. Pero, ¿qué pasa cuando
abandonan nuestras vidas? ¿Acaso podemos estar plenamente seguros de ser
felices si todo el sentido de nuestra feliz existencia comienza a girar
alrededor de otra persona?
Es allí cuando
entra el olvido. O, al menos, eso queremos creer. Insistimos tanto la idea de
recuperar la felicidad perdida a costa de olvidar a otros que terminamos
olvidándonos a nosotros mismos. Y ahí está, según mi criterio, la clave de todas
estas nebulosas palabras: Hay que
aprender a vivir con el recuerdo. La fijación en el olvido y la consecuente
desesperación por no conseguirlo de manera inmediata pueden terminar afectando
nuestras vidas. Nos guste o no, cada persona que dejamos entrar a nuestra vida imprime
su huella, la cual en algunos casos puede ser casi imposible de borrar. Por
ello, hay que intentar tomar su recuerdo y dejarlo a un lado, sin negar su
existencia. Con el tiempo, ese recuerdo se hará cada vez más pequeño, dejando espacio
para otros recuerdos más agradables. Por supuesto, sería lindo “resetear” el
pasado y vivir un presente limpio de polvo y paja, pero como eso no es posible,
sólo nos queda asumir y avanzar.
La felicidad no es algo que se pueda comprar
o vender. Tampoco hay atajos para conseguirla. Quiero creer que basta con estar
convencido de quiénes somos y de lo que anhelamos lograr. Si hay personas
dispuestas a ayudarnos, ¡bienvenidas sean! Pero mientras no sanemos
internamente, sería injusto pensar que depende de los demás traer a nuestra
vida aquello que nosotros mismos nos negamos a alcanzar. Aprender y corregir,
soltar el recuerdo antes que olvidar de plano, vivir la vida en vez de
sufrirla.
Espero que a
estas ideas no se las lleve el viento, y que tanto yo como quienes se sintieran
identificados podamos aplicarlas en nuestras vidas. Quizás algún día pueda
acostumbrarme al recuerdo. Quizás algún día mire atrás y sonría. Quizás la
mierda haya comenzado a desaparecer, y aún no lo sepa.